Charles de Lorme diseñó un uniforme para lucha contra las enfermedades contagiosas, para combatir las enfermedades, incluyendo gafas, máscaras, bata y botas.
Es interesante y curioso que expliquemos un poco toda esta indumentaria que utilizaban el «Il Dottore della Peste», para saber como se pretegían, para no quedar infectados por la misma.
Charles de Lorme, fué un doctor de reputación, que trabajó para nobles y reyes a lo largo del siglo XVII. Su padre había ejercido el oficio de la medicina y su prestigio le había llevado a servir a Marie de Medicis. Él heredó una vocación que había visto practicar en su casa desde pequeño. A diferencia de los doctores de la Edad Media, de esos hombres que aprendían sus remedios aquí y allá, y que en muchas ocasiones tenían más de vendedores ambulantes que de auténticos científicos, Charles de Lorme estudió en la universidad de Montpellier. A lo que había aprendido en su hogar, había que sumar la experiencia de su progenitor y lo que él añadiría posteriormente a esas lecciones que recibió a lo largo de su juventud.
Detrás de él, existía ya una larga nómina de personas que habían combatido a las plagas con diferentes remedios y con mayor o menor éxito. En la lucha contra las dolencias y enfermedades hubo implicadas voluntades de diferente talla e influencia a lo largo de los siglos, como Hipócrates, Galeno, Al-Razi, Avicena o Maimónides, pero también otras personalidades más dudosas, como Nostradamus y Paracelso, arropados por una leyenda que magnifica sus nombres, pero que posiblemente resta seriedad a sus posibles logros en este campo.
Para salvar a los doctores que atendían a los enfermos, Charles de Lorme, que trabajó para tres reyes franceses, Enrique IV, Luis XIII y Luis XIV, y que a lo largo de su existencia demostró poseer un enorme tesón y una vocación por el estudio que le llevó a escribir diferentes tratados de su disciplina, decidió introducir unas medidas que ayudaran a los médicos a no contraer infecciones. Hombre de carácter amable, fuerte, con verbo, conocedor de idiomas y con un excelente humor, determinó instituir un traje, hoy reconocible, que ha sido el antecedente del que hoy vemos en los hospitales. Para evitar los contagios entre los profesionales de su gremio, decidió que todos los médicos debían llevar un abrigo largo que llegara hasta el suelo, unas botas de caña alta y un sombrero para recubrirse la cabeza. Pero la parte más reconocible es una máscara para cubrirse la cara, provista de algunas gasas y pañuelos en los conductos de la nariz para evitar impregnarse con las miasmas de los pacientes, y unas gafas para evitar exponer los ojos. Era un atuendo tosco, recubierto en ocasiones con sustancias para hacerlo más eficiente, que los siglos han ido refinando y mejorando hasta llegar a los actuales.
Doktor Schnabel von Rom (en alemán, «Doctor Pico de Roma»). Grabado de Paul Fürst, 1656
El sombrero, era particularmente inusual: los médicos de la peste negra llevaban anteojos y una máscara con una nariz de «15 centímetros, en forma de pico de ave, llena de perfume y con solo dos agujeros, uno a cada lado de las fosas nasales, pero que era suficiente para respirar y transportar en el aire que se respira la impresión de las [hierbas] colocadas en la punta del pico»
Aunque los médicos de la peste de toda Europa llevaban estos atuendos, el aspecto era tan emblemático, que en Italia el «médico de la peste» se convirtió en un personaje básico de la commedia dell’arte, para las celebraciones carnavalescas, y sigue siendo un disfraz popular en la actualidad. Los venecianos se disfrazan de médicos de la peste para celebrar el Carnaval de la ciudad. Este año, se cancelaron los dos últimos días del evento por el temor al coronavirus.
Pero este conjunto imponente no era una declaración letal de estilo. Tenía por objeto proteger al médico del miasma. En las épocas anteriores a la teoría microbiana de la enfermedad, los facultativos creían que la peste se propagaba por el aire envenenado, que podía generar desequilibrio en los humores (o fluidos corporales) de una persona. Se creía que los perfumes dulces y acres podían fumigar las zonas afectadas por la peste negra y proteger al olfateador; ramilletes, incienso y otros perfumes eran habituales en la zona.
Los médicos de la peste llenaban las máscaras con triaca, una confección farmacéutica de más de 55 hierbas y otros componentes como carne de víbora en polvo, canela, mirra y miel. De Lorme pensaba que la forma picuda de la máscara daría al aire el tiempo suficiente para impregnarse de las hierbas protectoras antes de llegar a las fosas nasales y los pulmones de los médicos de la peste negra.
En la mano derecha sujetaban una vara, con la que examinaban al paciente desde una distancia prudente, para evitar el riesgo de contagio.
El traje de protección consistía de una túnica de tela gruesa encerada, una máscara con agujeros con lentes de vidrio y una nariz cónica con forma de pico, que era rellenada con sustancias aromáticas y paja.
Algunas de las sustancias aromáticas incluían ámbar gris, hojas de menta, estoraque, mirra, láudano, pétalos de rosa, alcanfor y clavo de olor. Esto se pensaba servía de protección para el médico del mal aire miásmico. La paja servía como filtro para el «mal aire». Se utilizaba un bastón de madera para ayudar con el examen de los pacientes sin tener que tocarlos, además de ser utilizado como herramienta para el arrepentimiento de pecados; muchos creían que la peste era un castigo de Dios y pedían ser golpeados como parte de su arrepentimiento.
La causante de la peste es la Yersinia pestis, una bacteria que puede transmitirse de animales a humanos y a través de las mordeduras de pulga, el contacto con fluidos o tejidos contaminados y la inhalación de gotitas infecciosas procedentes de la tos o los estornudos de las personas con peste neumónica.
Tres horribles pandemias de peste negra arrasaron el planeta hasta que descubrieron la causa: la peste de Justiniano, que mataba a 10 000 personas al día en torno al 561 d.C.; la peste negra, que acabó con hasta un tercio de los europeos entre 1334 y 1372 y continuó con brotes intermitentes hasta 1879; y la tercera pandemia, que arrasó gran parte de Asia entre 1794 y 1959.
En última instancia, los trajes (y los métodos) de los médicos de la peste negra no hacían gran cosa. «Por desgracia, las estrategias terapéuticas de los primeros médicos modernos de la peste negra hacían bien poco para prolongar la vida, aliviar el sufrimiento o lograr una cura», escribe el historiador Frank M. Snowden.
Puede que los médicos de la peste fueran reconocibles a simple vista, pero hasta la aparición de la teoría microbiana de la enfermedad y los antibióticos modernos, sus disfraces no proporcionaron ninguna protección real contra la enfermedad.
Además, en aquel tiempo se pensaba que la peste se contagiaba por vía aérea y que penetraba en el cuerpo por los poros de la piel. Esta es la razón por la que los médicos utilizaban guantes de cuero, gafas, sombrero de ala ancha y un enorme abrigo de cuero encerado que llegaba hasta los tobillos.
Esta indumentaria se completaba con una vara, que utilizaba el médico para apartar a aquellos que se acercaban demasiado. Como complemento utilizaban la conocida máscara con forma de pico de ave.