¿Las máscaras picudas o las mascarillas?

En este pequeño estudio, queremos comentar la similitud de los medios de trabajo que empleaban los doctores de épocas pasadas. 

Para protejerse, empleaban para su aislamiento del contacto de los enfermos, ciertos trajes un poco extraños y dantestos, que las circunstancias lo recomendaban dadas las características tan peligrosas para tratar la epidemia de aquella fecha.

Dentro del traje, lo más llamativo, en este caso, era la máscara picuda que empleaban, que tenía una gran justificación. Lo que hemos pretendido, es compararla con la que estamos comenzando con la «quinta ola», basada en la denominaba «mascarilla», que usamos actualmente, por la similitud con la de antes, dentro de lo que cabe.

Hagamos un poco de historia para poder comprender mejor todo el preceso que se ha seguido, para llegar al momento actual.

Esta enfermedad se desató en la Edad Media entre 1346 y 1347 en Europa. El virus empezó a propagarse a las orillas del mar Negro (que está encerrado entre los balcanes en Europa Occidental), cuando los mongoles estaban atacando la península de Crimea. La ventaja de este virus es que era muy letal, entonces la gente moría rápido y por tanto, la expansión era lenta. Aún así, hay estudios que demuestran que murió hasta el 60% de la población Europea. De 80 millones de ciudadanos, el continente pasó a tener 30 millones en solo seis años.

A las causas de la enfermedad se le dieron explicaciones sobrenaturales, como por ejemplo que era generado por la corrupción del aire provocada por la materia orgánica en descomposición, o que tenía un origen astrológico (eclipses, paso de cometas, planetas alineados, etc.). Finalmente, fue en el siglo XIX que unos bacteriólogos, descubrieron que era la yersinia pestis, era un virus que afectaba a las ratas y otros roedores y se transmitía a humanos a través de parásitos que vivían en esos animales como las pulgas.

Es decir, la peste era una zoonosis (enfermedad que pasa de los animales a los humanos). Los primeros síntomas se manifestaban de 16 a 23 días de la enfermedad en el cuerpo. Producía fiebres altas, inflamación en el cuello o ingles, escalofríos e inflamación en el ganglio linfático, que recibía el nombre de “bubón” o carbunco, de ahí viene el término de “peste bubónica”. Además, cuando el virus se pasaba a la sangre, producía una manchas negras en el cuerpo por las hemorragias, de ahí el nombre “peste negra”.

Para tratar la peste, los doctores hacían intervenciones quirúrgicas para quitar los bubones endurecidos de la ingle, axilas y cuello. En caso de que los bubones no aparecieran, le daban al enfermo purgas, pomadas caseras u orines. También, quemaban hierbas aromáticas para purificar el ambiente o usaban azufre para combatir la contaminación del aire. La única medida que logró ser útil en ese momento, fue la quema de ropa, pieles y alfombras de las personas enfermas, porque acababa con las pulgas.

Hace aproximadamente algunos meses, comentamos algunos aspectos relacIonados con el doctor de la «Peste Negra», que por el año 1347 afectó a Valencia, causando un gran impacto de mortandad, entre los vecinos que la poblaban.

Los doctores, que por aquellas fechas atendían a los enfermos, iban preparados con una indumentaria muy especial para poderse proteger de los efectos de aquella plaga tan terrible que estaba afectando a todas la población de nuestra Valencia.

Marcó un gran impacto, las teorías y medidas, de un médico muy preocupado por dicha situación, para poderla erradicar o al menos disminuir sus impactos. 

A principios del año 1348, en Lleida, dicho médico, catedrático de Medicina del Estudi General, tuvo noticia de que al otro lado de los Pirineos, la peste había avanzado hasta el Rosselló, diezmando ciudades como Montpellier o Aviñón. El mestre en Arts i Medicina, era Jacme d’Agramont, entendió que era necesario tomar algún tipo de medidas antes de que el contagio llegara a la capital ilerdense, como así fue.

D’Agramont, del que se conocen muy pocos datos biográficos, escribió en un corto período de tiempo una epístola, en la que avisaba de la necesidad de prepararse para una crisis sanitaria que, en tan sólo seis meses, ocasionó la muerte de un tercio de los habitantes de Lleida. «El Regiment de preservació de la pestilencia», es un documento singular en el que se compendian diversos métodos, remedios y recetas para prevenir el contagio, que todavía hoy son vigentes en la lucha epidemiológica.

Durante los brotes de peste bubónica de aquel periodo (una pandemia que se repitió en Europa durante siglos), las ciudades afligidas por la enfermedad contrataron a médicos de la peste negra, que practicaban algo que se hacía pasar por medicina cuando atendían a residentes ricos y pobres por igual. Estos galenos prescribían lo que consideraban brebajes protectores y antídotos de la peste, registraban testamentos y llevaban a cabo autopsias, y algunos lo hacían llevando las máscaras picudas.

El uniforme se le suele atribuir a Charles de Lorme, un facultativo que atendió las necesidades médicas de muchos miembros de la realeza europea durante el siglo XVII, entre ellos el rey Luis XIII y Gaston d’Orléans, hijo de María de Médici. Uno de sus atuendos, era un sombrero particularmente inusual: los médicos de la peste negra llevaban anteojos y una máscara con una nariz de «15 centímetros, en forma de pico de ave, llena de perfume y con solo dos agujeros, uno a cada lado de las fosas nasales, pero que era suficiente para respirar y transportar en el aire que se respira la impresión de las [hierbas] colocadas en la punta del pico».

Pero este conjunto imponente no era una declaración letal de estilo. Tenía por objeto proteger al médico del «miasma». En las épocas anteriores a la teoría microbiana de la enfermedad, los facultativos creían que la peste se propagaba por el aire envenenado, que podía generar desequilibrio en los humores (o fluidos corporales) de una persona. Se creía que los perfumes dulces y acres podían fumigar las zonas afectadas por la peste negra y proteger al olfateador; ramilletes, incienso y otros perfumes eran habituales en la zona.

Los médicos de la peste llenaban las máscaras con triaca, una combinación farmacéutica de más de 55 hierbas y otros componentes, como carne de víbora en polvo, canela, mirra y miel. De Lorme pensaba que la forma picuda de la máscara daría al aire el tiempo suficiente para impregnarse de las hierbas protectoras antes de llegar a las fosas nasales y los pulmones de los médicos de la peste negra.

La causante de la peste es la Yersinia pestis, una bacteria que puede transmitirse de animales a humanos y a través de las mordeduras de pulga, el contacto con fluidos o tejidos contaminados y la inhalación de gotitas infecciosas procedentes de la tos o los estornudos de las personas con peste neumónica.

Lo que para el caso nos interesa, es el sombrero y la nariz picuda. 

Actualmente, con esta nueva fase, de ola o ciclo epidémico, hemos adoptado, por que así nos lo han aconsejado las autoridas sanitarias, para protegernos de los contagios, es la actual mascarilla. Está realizada en varias copas de tela, con las cual podemos respirar y protegernos, los unos de los otros. Es un elemento algo similar y que cumple una función algo parecida, a la de otros tiempos que utilizaban los médicos de aquella época. Es la «mascarilla», que junto con otras medidas, como la distancia entre personas y reuniones poco munerosas y a ser posible al aire librer, sirven para paliar los efectos y la facilidad al contagio.

Estas «mascarillas», es conveniene como muy necesario, que se ajusten a nuestras características para que hagan los efectos deseados de barreras protectoras de los influjos de los virus que nos están afectando.

Con ciertos variantes de unos elementos protectores, tan antiguos, como los que actualmente se nos obliga, por nuestro bien, a llevar. Son técnicas protectoras adoptadas por la antiguedad y nuestros antepasados, para servirnos de elementos defensivos de los males que nos afectan actualmente, y que deseamos todos, que sean lo suficientemente efectivas para protegernos del momento presente.

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