Todos los días, nos recuerdan los medios audiovisuales, que «Don Fulano o Don Mengano..» presenta una nueva faceta en su vida, lógicamente, la anterior con más irregularidades, que están saliendo o nos están informando, de que se le ha descubierto actualmente, cosas que desconociamos anteriormente. No sólo, aparece él, es que además, «otro Don Fulano o Don Mengano, también le acompañan».
«Supuestamente», será verdad. Pero estamos todos espectantes de conocer a personas tan relevantes que se dedican o «supuestamente», practican el tan mencinado «FRAUDE FISCAL».
Nosotros, nos preguntamos, ¿esto que está sucediendo es una cosa habitual ó ha existido en otro tiempo?.
Recordamos una lectura que me vino a la mano de que hacía mención que en Andorra o en otros Paises Fiscales, estó se está haciendo, ya hace bastante tiempo, lo que sucede es que no nos habíamos enterado antes.
Pero de todas formar, comentemos:
Hago mención al artículo de R. de Bustos y A. Ferández, «El concepto de fraude fiscal moderno aparece en la Baja Edad Media. Es ahí cuando comienza a transformarse el modelo de financiación de los reinos a una fiscalidad moderna. A partir del siglo XIII, una gran mayoría de los Estados europeos necesitaron recaudar y obtener liquidez para sus acuciantes necesidades financieras. Este fue el origen, consecuentemente, del modelo de fraude fiscal que observamos ahora.
Una diferencia crucial en aquel entonces fue que la Iglesia predicaba en contra de esta obligación fiscal. Y existió la concepción del impuesto como pecado durante una gran parte de la Alta Edad Media. Todo esto era antes de que conceptos, como el “bien común”, aparecieran en el discurso público.
Según argumenta el profesor Ángel Galán Sánchez, en su libro (Editorial Universidad de Cantabria, 2020), este afán recaudatorio concreto, impulsó un tipo de curiosa conducta moral para nuestra percepción actual: cierto grado de fraude no solo fue admisible, sino que a veces era incluso impulsado por los poderes con capacidad para imponer.
El cohecho con los arrendadores, la alteración en el precio de los bienes y la no rendición de cuentas fueron parte inevitable del crecimiento de los sistemas fiscales. De forma inevitable, se estableció una asociación entre la exigencia tributaria y la conducta moral ominosa. Y así, de nuevo, hasta el día de hoy.
Uno de los ejemplos centrales del fraude fiscal europeo lo aporta el famoso Philippe Gillier. Él fue uno de los nuevos agentes fiscales, surgidos al albor de la implantación de los nuevos sistemas fiscales y la necesidad de gestionarlos. Oficial del rey de Francia entre 1345 y 1367, amasó una fortuna a costa de robar a los contribuyentes, utilizando todo tipo de abusos, incluidas la extorsión directa y la violencia, por lo que fue acusado de fraude y corrupción.
De igual forma, a partir del siglo XV, el derecho del príncipe y de las ciudades a imponer tributos adquirió cada vez más fuerza, y el continuo crecimiento de nuevas formas impositivas dio alas a protestas contra leyes que atentaban contra la equidad. El pensador Angelo Carletti de Chivasso (presbítero de la Orden de los Hermanos Menores), promotor del Monte de Piedad y predicador antijudío, quiso que se absolviera a los penitentes que hubiesen evadido el pago de tasas civiles en 1486.
Desde entonces, la voluntad de los dirigentes de extender al conjunto de la sociedad la obligación de contribuir a las arcas públicas, se ha encontrado con la intención de los contribuyentes de eludir dicha imposición, el deseo de los privilegiados de obtener exenciones fiscales y la tentación de los recaudadores de cometer abusos en su propio beneficio o a favor de un tercero.
Siguiendo el tiempo, es particularmente interesante el caso de los impuestos incorporados por los Austrias en el siglo XVII a la Corona de Castilla. Una monarquía agobiada por al gasto bélico que intensifica su afán recaudatorio y, con ello, genera nuevas formas ingeniosas de fraude.
Las sisas impuestas sobre el vino, la carne, el aceite y el vinagre incrementaron los precios de estos productos hasta en un 50% en ciudades como Madrid, Sevilla o Valladolid. Las consecuencias fueron la creación de establecimientos de venta ilegal, el fraude contable a la hora de rendir cuentas al fisco y el contrabando, entre otras.
Si algo nos enseña la historia es que, para un segmento variable de la sociedad, la imposición de un tributo es consecuencia directa de la invención ingeniosa de un fraude. Al menos en Europa. Es lo mismo que decir: «Hecha la ley, hecha la trampa».